Pegándome un chapuzón {Ted R. Lupin}

Nada, otro día aburrido sin saber qué hacer. Había ido a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, una de mis favoritas, pues adoraba a cualquier ser tanto animal como criatura mágica. Hoy habíamos estado en el lago estudiando los hynkipunks. Yo pensaba que eso se daba en asignaturas como Defensa Contra las Artes Oscuras, tal y como debería haber sido... Pues esos bichos se habían empeñado en tirarnos al lago y hacer de las suyas con nosotros. Pero a mí no me habían cogido, lo cual era algo tedioso para mí, pues al menos me habría divertido algo chapoteando y "arriesgando mi vida" durante unos instantes. Pero nada.

La clase acabó y los alumnos se recogieron, pues ya se estaba haciendo tarde. Pero a mí se me había antojado bañarme después de todo, pues prácticamente había sido la única alumna que no había acabado en el agua. Aprovechando que no había nadie, me quité la túnica y saqué mi varita del bolsillo de ésta, apuntándome al uniforme.
─Operateur! ─exclamé, mientras en mi mente se formaba la imagen de un simple bikini, el primero que se me había ocurrido. En un abrir y cerrar de ojos mi uniforme había desaparecido, y llevaba puesta la ropa de baño.
─Perfecto ─susurré al ver el resultado, orgullosa de mí misma y de mis habilidades en los hechizos... O, al menos, esta vez me había salido bien.

Dejé la varita de nuevo en el bolsillo de la túnica y me tiré de cabeza al lago sin pensármelo dos veces. Estaba bastante frío, pero aquello me ayudaba a despejar mi mente, lo cual nunca venía mal.

Me encontraba buceando cuando el Profesor Lupin llegó, así que no me di cuenta de que se encontraba allí y no pude salir del Lago antes de que me dijera nada.
Fue una baya la que me alertó, pues cayó cerca de mi cabeza, así que asomé ésta por la superficie y me encontré con él. En otra ocasión me habría muerto de vergüenza, pero era Lupin, parecía un alumno más que un profesor... Por muy formal que intentase hablarme.

─¡Oh, vamos, señor Lupin! ─me quejé desde el agua. Sólo asomaba la cabeza, que aunque no considerase al chico como una figura de alta autoridad, era un profesor al fin y al cabo, y entre mi lista de cosas que hacer en un futuro no se encontraba el hecho de ponerme en bikini delante de un profesor─ ¡Pero si se está perfectamente! Además, ¿cómo me voy a bañar con todo el uniforme, quiere que me lo cargue? ─pregunté de forma divertida. Me lo estaba pasando de lo lindo en el agua, aunque sabía que si acababa saliendo y me encontraba de frente con el profesor me moriría de vergüenza, pero allí estaba como protegida.

Sin embargo, mi momento de felicidad duró poco. Una de las criaturas había localizado las bayas que había tirado el hombre y, de paso, me había encontrado a mí. No les tenía miedo, o al menos no desde la tierra... Pero desde el agua era bien distinto, me encontraba indefensa en un ambiente que no era el mío. Eso sin contar con mi enorme fobia a los peces.
La criatura me rozó el pie y pensé que se trataba de un enorme pez marino, a juzgar por el tamaño de la sombra que se veía bajo el agua. Hecha un manojo de nervios, salí del lago corriendo como si me fuera la vida en ello y me acerqué al profesor, poniéndome detrás suya y agarrándolo de la camiseta, como empujándolo hacia delante para que me defendiera de la criatura del lago.
─Algo... Algo me ha tocado el pie... ¡Algo me ha tocado el pie! ─repetí, histérica, sin pararme a pensar en el espectáculo que estaba montando.

─Si aparezco en la enfermería, Profesor, ¿me llevará flores? Una alumna tan buena como yo las merece ─dije de forma burlona, y fue lo único que hice antes de mi incidente en el agua.

Me quedé detrás del profesor, temblando descontroladamente durante un rato, pues entre el frío y el susto mi cuerpo estaba fuera de control. Y de nada sirvió que el profesor dijera que probablemente había sido un pez.
─¿Un pez? ¿UN PEZ? ─repetí, con los ojos abiertos de par en par y la boca desencajada. ¡Un pez, por Merlín! Si no había muerto en el agua, moriría de un infarto en aquel instante, estaba clarísimo. Me daban ganas de desmayarme, o de correr, o de pegar a alguien, o de abrazar al profesor como si fuera una cría, pero no, tenía que mantener la poca dignidad que me quedaba.
Me llevé las manos a mis hombros para secarme mejor con la toalla y miré al hombre, aún intranquila.

─Profesor, quizá no lo haya notado... Pero lo del calamar no va a servir para tranquilizarme... ─dije con un hilo de voz y una sonrisilla nerviosa en el rostro. Me mordí el labio, con preocupación, y al profesor de nuevo, que se apartaba de mí.
─No tengo una enfermedad contagiosa, ¿sabe? ─dije con algo de reproche, que parecía que si se acercaba a mí le iba a pegar algo, vaya. Pero no le di mucha importancia, pues luego miré al lago y vi cómo algo saltaba, subía a la superficie y volvía a sumergirse en él.
Pegué un brinco, asustada.

Notaba cómo me estaba poniendo pálida del susto. Yo era muy rara en algunos aspectos, no era para nada remilgada, no me importaba mancharme o bañarme en el Lago a pesar de poder contraer algún resfriado, a la vista estaba... Pero me preocupaban cosas más banales y, sin poder evitarlo, la simple idea de imaginarme un pez rozándome el pie me producía temblores y malestar.
─Estoy... Estoy bien, sí... Es que... Es que no me gustan los peces... ─dije finalmente, como si no hubiera quedado ya más que obvio que no me gustaban para nada aquellas criaturas─ Pero se me pasará... ─le aseguré, tratando de desviar mi mirada del lago, así me ahorraría nuevos sustos. Me notaba ya seca así que, aunque resultaba reconfortante la cálida toalla que el profesor me había ofrecido, me la quité y se la tendí.
─Gracias, Te... Profesor ─me corregí rápidamente. A veces era fácil olvidar que el chico era profesor, debido a su juventud y al cordial trato que todos teníamos con él.

De repente, Lupin me estaba ofreciendo chocolate. Miré el trozo con algo de duda, pues no me gustaban excesivamente los dulces, pero me parecía feo negarle el ofrecimiento.
─Gracias ─respondí, y cogí la tableta con una mano temblorosa, partiéndola en dos y ofreciéndole la mitad del chocolate al profesor─ Tome, para usted ─le ofrecí sonriente y me quedé escuchando a su respuesta.
─¿Malos entendidos? ─repetí sus palabras y contuve las ganas de echarme a reír, pues quizá el hombre se lo tomaba demasiado en serio. Sin embargo, sí que contesté:
─No creo que haya malentendidos por que un profesor ayude a su alumna después de un susto de muer... ─fue lo único que llegué a decir, pues justo después de mi brinco y de yo estar contestando, el profesor me abrazó.
Me sentía reconfortada y extraña, pues me había pillado por sorpresa y no sabía cómo reaccionar. Era una escena un tanto incómoda, pero por un momento se me había olvidado mi miedo y dejé de temblar por completo, sin querer apartarme de ahí.

Me quedé comiendo el chocolate que el profesor me había ofrecido. En cuanto le pegué un bocado me sentí infinitamente mejor.
─Dicen que el chocolate te ayuda a estar más feliz. ¿Por eso lo lleva siempre encima, Profesor? ¿Por si puede ayudar a alguien? ─le pregunté dulcemente. El hombre parecía una muy buena persona, quizá siempre llevaba encima cosas así para ayudar a quien lo necesitase.

El hombre seguía sujetándome, y aunque me seguía resultando una escena un tanto extraña, me encontraba reconfortada y protegida ahí. Era raro, pues no solía necesitar de la ayuda de nadie... Pero claro, estudiando en un internado, alejada de tu familia... Siempre era bueno tener el apoyo de algún profesor.
Respondí a su pregunta:
─Mmmm... Bueno, sí... Soy un poco rarita... ─esbocé una amarga sonrisa─ No sé, me gusta el agua, me hace sentir libre. Pero siempre intento no pensar en qué puedo encontrarme debajo... ─suspiré. Por culpa de mi fobia a los peces no disfrutaba todo lo que quería del agua.

Después de decir aquello, me di cuenta de algo. Empecé a pensar en cómo el profesor desviaba su mirada o se apartaba de mí, y caí en la cuenta de que yo aún llevaba el bikini puesto. Y, para colmo, el profesor me estaba abrazando. Me empecé a ruborizar incontroladamente, suerte que seguía abrazada al hombre y no me podía ver.
─Esto... Profesor Lupin... Creo que si nos ven así sí que podría haber malentendidos... ─me atreví a decir, con un hilo de voz y la cara roja como un tomate. Me volvía a sentir extrañamente nerviosa, pero no tenía nada que ver con mi incidente del Lago. Traté que el profesor no se diera cuenta, o quedaría como una idiota.